Con la llegada del verano, las temperaturas se disparan y con ellas, las calles se llenan de abanicos. El teléfono móvil queda relegado al bolsillo o al bolso, ahora es el abanico el que ocupa un lugar protagonista en la mano. Práctico, ligero y lleno de color, este complemento demuestra que, pese al paso del tiempo, hay objetos que no pierden su encanto, y menos cuando llega el calor.
Durante los reinados de Luis XIV y Luis XV, la moda europea se volvió más ornamentada y femenina, y el abanico se integró como un elemento de distinción. Adornado con piedras preciosas, especialmente oro, y elaborado con delicadas telas florentinas, este objeto pasó a ser un símbolo de estatus. Los mangos, rígidos y llamativos, eran verdaderas piezas de arte decoradas por renombrados pintores. Su función iba más allá de lo práctico, ya que, era una declaración de elegancia y refinamiento.
La fundación de la Real Fábrica de Abanicos marcó un antes y después en la historia del abanico en España, posicionándose como un referente frente a la competencia italiana y francesa. Con sede en Valencia, esta industria dio origen a un influyente gremio de artesanos abaniqueros que mantuvo viva la tradición durante más de veinte años. A finales del siglo XIX, el abanico de pericón, de gran tamaño y elaborado con encaje de bolillos, se consolidó como un distintivo cultural español. Hoy, este gremio aún perdura, preservando una artesanía que combina historia y diseño.
Sencillo, efectivo y con siglos de historia, el abanico sigue formando parte del paisaje cotidiano en España. Es común ver cómo acompaña a quienes buscan un respiro del calor con solo un movimiento de muñeca. Más que un simple instrumento, es una representación del estilo de vida mediterráneo. Verlo desplegarse al sol es, sin duda, una imagen profundamente española.